Capítulo 4

El día continuó con la misma aura de irrealidad con la que se inició. Emily supuso que era porque todo lo que sucedía resultaba inesperado. Pensó que pasaría el día con el fotógrafo, recordando tiempos pasados, explicándole sobre Tom y Gómez y tratando de hacer que Guido comprendiera qué sucedía y por qué.

Comió y durmió. Luego hizo lo mismo de nuevo. MacPherson simplemente se hizo cargo y Emily se lo permitió. La hizo sentir consentida y cuidada. No había experimentado eso en años. Cuando modelaba, se apresuraba a hacer lo que otros mandaban. A Mac, siempre trató de complacerlo y en cuanto a Mari y Tom no había duda: ella era necesitada, así que hizo lo que se esperaba. Pero nadie lo había hecho por ella, hasta el momento.

—Descansa —le sugirió Mac una vez que terminaron el desayuno y él le enseñó su cuarto—. Toma una siesta. Yo cuidaré de Tom.

—Pero yo…

—Necesitas un respiro y el niño estará bien. No te preocupes; yo cuidaré de él.

—¡No debes llevarlo a ningún lado! Gómez podría…

—Yo puedo encargarme de tu perseguidor —no explicó de qué forma, pero el tono de su voz no le dejó duda alguna. Y cuando él colocó su mano sobre la suya, a pesar de sí misma, quería retenerla—. Ven a acostarte —le señaló el dormitorio y Emily lo obedeció, permitió que él desatara sus sandalias y se las quitara y lo observó retirar el edredón. Como él esperaba ansioso, se sentó, unió sus manos y lo miró implorante:

—¡No debes sacarlo!

—No más allá del jardín —le prometió MacPherson sonriente—. Es privado y sólo se permiten huéspedes. Tu villano de cabello oscuro no es un huésped aquí, Emily. Te lo garantizo.

La chica lo veía todavía temerosa, pero él le devolvió la mirada con firmeza y decisión. Ella pasó saliva, asintió e inclinó la cabeza.

Él de nuevo apretó su mano, se movió y la joven sintió un roce contra su cabello, apenas perceptible. ¿Fue su mano, sus labios? ¡Oh, cielos!

Levantó la mirada, pero él ya se había alejado y salía del cuarto cuidando de cerrar la puerta. Se quedó quieta un momento, tratando de sacar algún sentido a esas últimas dieciocho horas, del remolino de emociones que experimentaba. No salió ningún orden del caos que era su mente y al fin, confusa y aturdida, se quitó el vestido y se metió bajo las mantas.

Cuando al fin despertó, supo que durmió por mucho tiempo. El sol de la mañana se había ido, el cuarto estaba en sombras y los murmullos de MacPherson y Tom se habían silenciado.

Sintió pánico y deliberadamente se forzó a relajarse. Si algo hubiera salido mal, lo sabría. MacPherson habría llegado a decirle.

Aun así, se levantó presurosa, lavó su rostro, cepilló el cabello y se puso una camisa rosa pálido y un vestido suelto de algodón azul, ató sus sandalias y fue a buscarlo, aunque no tuvo que ir muy lejos.

Tom se encontraba dormido sobre el pequeño sofá cubierto con una manta de algodón. La televisión estaba funcionando con el volumen bajo, pero Mac ante su escritorio, se hallaba absorto con una serie de documentos.

Levantó la mirada cuando ella abrió la puerta y por la forma en que la observaba, la chica sintió como si hubiera olvidado sus ropas.

Le sonrió y Emily alzó la barbilla.

—No me permitas molestarte —pidió tensa.

Él metió los documentos en un maletín y lo cerró.

—No me molestas —se puso de pie y fue hacia ella. Podía verlo de nuevo, ese toque de felino salvaje, en su caminar. Tenía la gracia de una pantera y podía sentir también esa sensación de conciencia, la carga casi eléctrica que parecía formar un arco entre ellos.

Emily retrocedió un paso. Recordó su último contacto ¿con sus labios? y el corazón dio un salto.

—¿Dormiste bien? —le preguntó.

—Sí, gracias. ¿Tom ha dormido mucho tiempo?

—Una hora más o menos. Fuimos al jardín a dar un paseo y no, no vimos a tu amigo —añadió cuando vio la preocupación en su rostro—. El conserje pudo obtener un bote de juguete que vence a la flotilla para baño que Tom tiene, así que salimos a navegar en la fuente. Luego regresamos aquí, almorzamos, miramos un partido de balompié en la televisión y empezó a cabecear, así que lo cubrí y al fin pude hacer algo de trabajo.

Mientras hablaba se aproximaba y quedó a pocos centímetros de la chica. El levantó su mano y acarició el cabello de ella, que retrocedió.

—Sabía que te perturbábamos.

—Tú me perturbas —declaró él con voz ronca por el deseo—, pero no tiene nada que ver con el trabajo.

Emily movió la cabeza y se retiró al otro extremo del cuarto.

—No, por favor.

—¿Por qué no? —la siguió él.

—Porque… porque apenas nos conocemos.

—Hemos pasado la noche juntos.

—¡Nada sucedió!

—¿No? —él alzó su negra ceja. Había significado en su pregunta: un desafío y las mejillas de Emily ardieron. Ella tenía sus dedos entrelazados unos con otros.

—Sabes lo que quiero decir.

—Lo sé, pero no porque no lo deseáramos. ¿No es verdad, Emily Musgrave?

Ella movió la cabeza tratando de negarlo.

—¡Ah, Emily! ¿Por qué no puedes admitirlo? Yo ya lo hice —el tono de su voz hizo que la joven pensara que a él tampoco le gustó aceptarlo.

Lo observaba con curiosidad, mas antes de poder proseguir, hubo un movimiento en el sofá y Emily se volvió. Tom se estiraba y abría los ojos. Su mirada encontró primero a MacPherson, luego a Emily, quien le sonrió.

—Navegamos un bote, Em. ¿Te lo contó Mac? —le preguntó ansioso.

Mac, Emily parpadeó. Tom había sido conquistado.

—¿Fue divertido? —trató de mostrar interés.

—Mucho. Era como éste —comentó—. Su barco de verdad.

Emily miró a MacPherson, quien de pronto se concentraba en la pantalla de televisión.

—Pensé que el conserje había conseguido un bote…

—Yo le dije qué tipo buscar.

—Mac dice que quizá algún día podamos navegar en él —le aseguró Tom, ansioso; ¿habría sido de la forma en que dijo que también debía aprender a montar?

—¿Sí, verdad? —Emily declaró cortante.

—¿Por qué no? Tal vez algún día estén en Burnham-on-Crouch —expresó MacPherson—, y puedan ir a verme.

—Pensé que vivías en Londres.

—En Hertfordshire, pero mantengo mi barco en Essex.

—Ya veo.

—Y la casa de España está a las afueras de Madrid, en caso de que te interese —

añadió burlón y Emily lo ignoró.

—¿Por qué elegiste España? Quiero decir, ¿por qué no Francia, o Alemania?

Supongo que buscabas una base en el continente para los ambientes de tus libros.

—Sí, correcto. Pasé unas vacaciones en España cuando era niño.

—¿Haces mucha investigación? —le preguntó—. ¿O has vivido lo que escribes?

—¿Quieres decir, si interpreto claves y espío a la gente?

—Tus libros son más complicados que eso —protestó Emily y él sonrió.

—Gracias. Y para responder tu pregunta, aunque podría decir que se trata de ensoñaciones en su mayor parte, están basadas en la realidad. Tengo que fundamentarlas en un hecho.

—¿Significa eso que la próxima tendrá algo que ver con navegar? —inquirió.

—Sí, precisamente se trata de una persecución —sonrió y ella vio un brillo infantil. Era tan atrayente como el resto de él y mucho más peligroso.

—¡Oh! ¿Escribirás sobre este barco? —inquirió Tom sorprendido—. ¿Y yo puedo navegar en él?

—Seguro —confirmó MacPherson.

Emily, al darse cuenta de que se involucraba más, replicó:

—Si alguna vez estamos en Inglaterra.

—¿Y si es así? Tampoco creías que alguna vez irías a Chamonix —le recordó.

—¿Bien, Em? —la presionó Tom.

—¿Bien, Em? —repitió Mac suavemente, retándola.

¡Oh, Emily! ¿En qué te estás metiendo?

—Ya veremos.

Durante todo el recorrido hacia Chamonix, MacPherson fue un perfecto caballero. Por supuesto, pensó Emily molesta presionando su cabeza contra el vidrio y mirando por la ventanilla el camino que seguía el autobús hasta el valle alpino.

Había obtenido lo que quería, se había impuesto con ella y a Tom lo había conquistado. Hacían precisamente lo que él sugirió.

Esa brillante y temprana mañana llamó aun taxi y, sin escándalo, los escabulló hacia la gare routiére la chica vigilaba en busca de Gómez, pero no lo vio por ningún lado.

—Probablemente vigilará a Guido —comentó MacPherson.

—¿Lo crees así? —Emily pensó llamar a Guido y preguntarle, pero era demasiado temprano cuando salieron. Lo haría más tarde desde Chamonix. Ahora escuchaba a MacPherson continuar su trabajo de encantamiento con el niño.

Ella protestó cuando Tom se sentó junto a la ventana y miró implorante a Mac, pidiéndole:

—¿Te sientas junto a mí?

—No necesitas molestarlo todo el tiempo —espetó.

—No es molestia —negó MacPherson y Emily tenía que admitir que no lo parecía. De hecho, era tan bueno con Tom como ella hubiera deseado. Fuerte, cariñoso, casi paternal, exactamente lo que su sobrino necesitaba.

Una vez más se dijo que cuando regresara a los Estados Unidos, tendría que hacer citas con unos cuantos hombres para tratar de encontrar uno permanente en su vida, y un padre para Tom.

Después de lo sucedido con Marc, cuando estaba segura de que sentía excitación y romance, sólo para descubrir su error, se tornó escéptica y en extremo precavida. Al menos, pensó que lo hacía. Quizás era porque desde entonces no había conocido a un hombre que despertara su interés.

MacPherson lo hacía. ¿Qué tenía él de diferente de los otros hombres que llegaron a su vida antes y después de Marc? Bueno, era más atractivo que todos y consciente de sí mismo, tenía una aura que sugería que sabía exactamente quién era y qué deseaba de la vida. Y, también parecía un hombre que obtenía lo que deseaba.

Aunque había algo más que poder y fuerza. Había también una gentil ternura que atraía a Emily. La intrigaba, la hacía desear saber más acerca de él, era una asombrosa combinación de rudeza y ternura.

También existía el hecho de que él no intentó compartir su cama y no era por falta de interés. Emily sabía lo suficiente sobre hombres para darse cuenta si se interesaban en ella. MacPherson estaba interesado: su expresión y sus palabras se lo decían, pero no presionaba.

Como ahora, aparentaba estar contento al sentarse junto a Tom. Ella escuchaba que le decía al niño algo sobre glaciares. Habían charlado sin parar desde el desayuno sobre esquí alpino, montañismo y paracaidismo. Era evidente por las ansiosas preguntas de Tom, que su sobrino estaba inmerso en las vacaciones de sus sueños.

Quería inclinarse e interponer la voz de la razón, deseaba impedir que Tom se entusiasmara demasiado. MacPherson les ofrecía un escondite, unos días de respiro, no una vida de aventuras y esperaba que Tom lo comprendiera.

Pero por la charla, parecía que hacían planes potenciales. Ahora conversaban sobre ir a la cima del Áiguille Du Midi en el telepherique.

El pensarlo la hizo estremecer. Una vez hizo modelaje fotográfico en los Alpes Italianos. Sonreía juguetona por las ventanas de la versión italiana del telepherique y agradeció al cielo y al fotógrafo, porque en realidad nunca estuvo ahí, sólo revoloteó para conveniencia de él, a unos veinte pies sobre el suelo.

—¿Has estado ahí?—quiso saber Tom—. ¿Da miedo?

MacPherson negó con la cabeza.

—No, a menos que entres en una tormenta eléctrica.

Emily se encogió.

—¿Has practicado paracaidismo? ¿Has escalado y esquiado?

—Todo eso.

—¿Puedo hacerlo yo?

—Puedes subir en el telepherique —respondió Mac—, y quizá podamos hacer algo de montañismo. Esquiar no es bueno en esta época del año y no, no puedes practicar paracaidismo. Tu tía querría mi cabeza.

Eso último, fue para beneficio de Emily y por el tono de su voz, supuso que sonreía al decirlo. Tom soltó una risita y se asomó por encima del respaldo del asiento.

—¿Te gustaría saltar en paracaídas, Em?

—¿Saltar de la cima de las montañas en un paracaídas? No, muchas gracias, no soy tan valiente.

Mac volvió la cabeza y sus ojos se encontraron. Emily sintió entonces esa familiar reacción de percepción.

—Por el contrario —declaró él con toda seriedad—, yo diría que eres muy valiente.

¿Porque se enfrentaba a Gómez? ¿Porque había ido a Chamonix con él? Ella no estaba segura de lo que quería decir. Sabía únicamente que la intensidad de su mirada la abochornaba.

—Hago lo que tengo que hacer —musitó, y permaneció callada, preguntándose qué quiso él decir con eso.

Su viaje a Chamonix los llevó de regreso a Francia y cuando Emily descendió del autobús, quedó encantada del pequeño pueblecito, anidado contra los picos alpinos cubiertos de nieve.

Imaginaba que en el invierno habría más movimiento.

En ese momento, pequeños grupos de gente bullían tomando fotos, revisando los mapas de la ciudad, vagando por la calle hacia las tiendas y restaurantes.

Emily misma, se movía despacio, con cuidado, mirando alrededor para confirmar lo que esperaba desde que abordaron el camión esa mañana: que Gómez no estaba por ahí. Cuando lo hizo, inhaló profundamente el aire puro de las montañas y sonrió con gusto. MacPherson también sonrió.

—Te lo dije. Ahora relájate, vamos —tomó su mano en la suya—. Tomaremos un taxi a mi apartamento.

Su apartamento estaba al otro lado del Río Arve en un edificio de tres pisos de madera y estuco, en la parte trasera de la calle y con vista a la rápida corriente acuática.

MacPherson abrió la puerta y los invitó a entrar al pasillo embaldosado, con una escalera que conducía hacia arriba, a la derecha.

—Lo siento, no hay ascensor y el apartamento se encuentra hasta arriba —Tom, ansioso inició el camino con MacPherson y Emily detrás de él. En el primer piso había dos puertas. En lo alto sólo había una.

—¿El último piso? —preguntó Emily.

—Es una manera de decirlo —metió la llave en la cerradura y abrió la puerta, permitiéndoles entrar en una estancia alumbrada por el sol.

Las altas ventanas tenían vista directa sobre el río y más allá, el Monte Blanco.

MacPherson cruzó la habitación y abrió las ventanas para que la brisa y el rumor del río llenaran el cuarto. El viento hizo volar la cortina y Emily retuvo el aliento ante la asombrosa vista.

—Hay dos dormitorios por aquí —Mac fue al extremo de la habitación y abrió la primera puerta y luego otra, sonriente—. ¿Quieres compartir una conmigo o con Tom?

—¿Qué les parece si tú y Tom comparten una —sugirió Emily, impulsiva—, y yo tomo la otra para mí? —Mac frunció el ceño.

—Es justo —recogió su maleta y la de Tom y fue hacia uno de los dormitorios.

—Sólo bromeaba —aclaró Emily, presurosa.

—No me importa.

—A mí me gustaría —aceptó Tom.

—Pero…

MacPherson se volvió hacia Tom.

—¿Por qué no desempacas tus cosas y las guardas en aquel mueble? —y cuando el niño fue a hacerlo, Mac se volvió a Emily—. Déjalo compartir conmigo. No puedes revolotear sobre él para siempre.

—Yo no revoloteo…

—Eso me parece que haces. Él es un niño, no un bebé y necesita un poco de espacio.

—Lo sé.

—¿Entonces? —la miró interrogante.

—Yo sólo… no quiero que te moleste.

—Yo también soy un chico grande y puedo defenderme. ¿Y si te aseguro que no permitiré que me moleste? Si empiezo a notarlo travieso y desagradable, le daré un tirón de oreja.

—¡Él no es travieso! —Emily rabiaba.

—Ese es el punto exactamente —MacPherson sonrió—. ¿Entonces tenemos un trato? Si yo lo invito a hacer algo o si digo que no me importa que lo haga, ¿tú no brincarás para protegerme?

—¡Protegerte!

—Lo intentaste.

—No quiero que sea una molestia. Yo…

Él movió la cabeza y su expresión era casi triste.

—Emily, Emily… Está todo bien, relájate. Tomas esto demasiado en serio.

—Es serio.

—Me asombras —dijo suavemente—, nunca imaginé… —movió la cabeza.

—¿Nunca imaginaste qué? —exigió Emily.

—Que fueras tan… tan… responsable.

—Por supuesto que soy responsable. ¡Soy tutora de Tom!

—Pero vas a enfermarte si continúas preocupándote por cada detalle.

—Tengo que hacerlo —insistió Emily.

—¿Tienes? ¿Es por Tom por quien te preocupas Emily o por ti misma?

—¿Qué? —lo miró horrorizada.

—¿Es por eso que lo quieres contigo, como un escudo?

—¡Por todos los cielos! —Emily cruzó los brazos.

—Primero pensé que eras una bruja voluble —espetó con suavidad—, y por sólo un momento, creí que eras una princesa de hielo, pero no lo eres, ¿verdad, Emily? Sólo estás espantada.

—Sueñas —susurró la chica.

—¿Sí? —sonreía—. Eso me pregunto.

—Está bien —aceptó ella—. Puede quedarse en tu dormitorio, esta noche.

—¿Y puedo mantener la puerta abierta entre las dos habitaciones? —Emily lo miró asustada, y él rió.

—Pensé que estarías preocupada por Tom.

—Sí, pero…

—¿Salté sobre tus huesos anoche, o la noche anterior?

—No, pero…

—Te dije que soy un chico grande, Emily. Puedo esperar.

"Puedo esperar". Las palabras se repetían en sus oídos. Fueron pronunciadas de forma tan segura, tan rotunda. No hubo un "sí" o "quizá", sólo "puedo esperar", como algo inevitable. ¿Lo era?

Emily se estremeció ante tal pensamiento. ¿En qué lío se había metido al ir a Chamonix con él, al mudarse a su apartamento? ¿Qué hacía al no rechazar la idea definitivamente? Se sentía extraña; sabía que MacPherson no la hacía sentir como ella misma.

Él era como Marc, se decía, la estaba volviendo loca, aunque éste únicamente deseó poseerla y persistió en su ansiedad de casarse, sólo para tenerla como una pieza de exhibición en su colección.

MacPherson no habló de matrimonio sino de sexo, puro y sencillo. Ella quería huir tan rápido como le fuera posible. Pero, no podía. ¿Por qué?

La respuesta era más difícil de lo que esperaba. ¿Atracción? Bueno, sí.

¿Curiosidad? Eso también. ¿Esperanza para el futuro? No era muy probable, apenas tenían dos días de conocerse; sin embargo, había algo cálido y posesivo en la forma en que la miraba, algo fuerte y protector. ¿Estaría soñando?

No fomentes tus esperanzas, se dijo. ¡Cielos! Ni siquiera sabía si era casado.

Suponía, que no, y él no actuaba como si lo fuera. ¿Pero, ¿qué significaba eso?

Durante un año completo ella no supo acerca del estado civil de Howell. Si no hubiera sido porque casualmente mencionó a su hija, habría seguido pensándolo.

Aun entonces, supuso que estaba divorciado hasta que un día Howell comentó: 

—Es una mala idea el divorcio. Crea demasiadas familias separadas y los niños se destrozan.

—¿Los tuyos? —preguntó Emily y Howell la miró asombrado.

—Yo no estoy divorciado. Sian y yo hemos estado casados veinticuatro años.

—Pero nunca la he conocido.

Howell levantó los hombros.

—Ella no vive en mi bolsillo. Le gusta hacer sus cosas y yo hago las mías.

Emily no comprendió, pero no discutió al respecto.

Más tarde, cuando lo encontró después del fiasco con Marc, se preocupó porque los rumores que se habían extendido pudieran afectar su matrimonio.

Aunque al parecer, Sian Evans siguió esculpiendo como siempre, ignorante de la supuesta trasgresión de su esposo.

Con Howell en mente, pensó que sería mejor saber algo más sobre MacPherson.

No tenía sentido engañarse acerca de él. Buscó en el apartamento indicios femeninos, pero, aunque encontró algunos cosméticos en el baño, no había ropas femeninas en el gabinete, ni vestidos en el guardarropa.

—¿Buscas algo? —inquirió MacPherson cuando ella miraba el mueble vacío.

—A tu esposa.

—Buena suerte —declaró riendo.

—Quiero decir que ni siquiera sé si estás casado.

—No lo estoy, todavía —sonreía—. ¿Quieres preguntarme algo más? —había muchas cosas que Emily deseaba preguntar, pero movió la cabeza y dijo:

—Nada.

Después que desempacaron y se acomodaron, Mac sugirió un paseo por el pueblo para comer y comprar abarrotes. Y tomándola por el brazo, la guió por la escalera hasta la calle. Tom saltaba ansioso junto a ellos.

El aire estaba fresco en la sombra aun a mediados de junio, mas hacía calor y Emily se detuvo en medio de un jardín para suspirar y desperezarse bajo los rayos del sol.

Ella sintió las yemas de los dedos de él en su nuca, con un ligero masaje. Se tensó, luego se derritió y la protesta murió en sus labios. Suspiró, sonrió y cerró los ojos.

—Vamos, Em —gritó Tom desde el camino. De nuevo abrió los ojos para encontrar el rostro de MacPherson muy cerca. Sus fríos ojos azules la miraban con sorprendente calidez como si fuera un destello del fuego en su profundidad. Pasó saliva y él sonrió. Bajó su mano para tomar la de ella.

—Vamos. Tenemos que hacer algo de exploración.

Chamonix era el paraíso para los niños, grandes y pequeños, con excelentes tiendas para montañismo que atrajeron como imanes, tanto a Mac como a Tom. Se olvidaron de la comida cuando deambularon entre los carriles de cuerdas para escalar, arneses, hachas y carabinas. De las tiendas de artículos para montañismo pasaron a las de deportes, bicicletas y esquí.

—¡Oh, mira! —exclamaba Tom cada vez que salían de una de las tiendas para enfrentarse a otra todavía más tentadora.

—Sólo una más —advertía MacPherson, pero olvidaba su promesa y a Emily no le importaba, a pesar de que no distinguía una carabina de un arpón, mas se sentía contenta mirando la ropa de deporte, las tarjetas postales y los recuerdos.

Era tranquilizante poder moverse sin tener que observar sobre su hombro, y consolador escuchar la ansiosa charla de Tom y ver la sonrisa en su rostro.

Era maravilloso percatarse de la forma en que MacPherson enseñaba al niño cómo atar un nudo y luego lo ayudaba hasta que él mismo podía hacerlo. La chica se encontró deseando que eso continuara.

Cuando ellos salieron de la tienda Tom llevaba en sus brazos un rollo de cuerda y sonreía de oreja a oreja.

—¡Mira, Em! —le mostró orgulloso—. Vamos a escalar.

—De excursión —lo corrigió MacPherson antes que la joven pudiera decir una palabra y ella lo miró escéptica.

—¿Necesitas una cuerda para excursionar?

—Algunos de los senderos son un poco escarpados y es una medida de precaución. Pensamos partir desde la primera estación del telephérique.

Emily miró hacia los altos picos cubiertos de nieve y al diminuto punto rojo que se movía bajando despacio por el cable, en ángulo con la fachada rocosa. Escarpado no era la palabra que ella usaría para describirla. Su estómago se descomponía sólo de mirarlo y su estremecimiento debió ser visible, ya que Mac le sonrió.

—No eres una gallina, ¿verdad, señorita Musgrave? —él rió.

—Por supuesto que no —declaró levantando la barbilla.

Se encontraban en un café al aire libre con mesitas junto al Arve, donde servían almuerzos variados.

Tom compartía su asiento con el rollo de cuerda y lo abrazaba cada vez que tenía oportunidad. En cuanto terminó de comer, le rogó a MacPherson subir.

—Hoy no —espetó Mac—. Queremos buen tiempo.

—Está soleado —protestó el niño.

—Ahora, pero el viento vendrá más tarde y también las nubes —Mac señaló hacia arriba—. Quizá hasta llueva.

Emily lo miró asombrada porque las nubes eran casi inexistentes, pero no iba a mostrar su desacuerdo, pues recordaba lo que él dijo sobre quedarse atrapado bajo una tormenta.

—Iremos mañana temprano si el tiempo está claro —Tom lo quiso discutir, pero MacPherson lo controló con una mirada firme—. Mañana.

—¿Puedo entonces salir a observar el río?

Emily asintió y lo observó irse. Ese día parecía estar contento, como ella deseaba que estuviera, de la forma en que no había estado durante meses. Se preguntaba si a Alejandro Gómez le complacería saber que había colaborado tanto para beneficio de su sobrino. Pensarlo la hizo sonreír.

—¿Qué te hace gracia?

—Pensaba en Gómez.

—¿Él te hace sonreír?

—No, acostumbra a enfadarme.

MacPherson bebió su cerveza.

—¿En realidad crees que él sea un ogro?

—Lo fue para su hermana. Él la secuestró.

—¿Qué?

—Bueno, quizá técnicamente no lo hizo, mas el resultado fue el mismo. La familia no quería que se relacionara con David, mi hermano. Se suponía que iba a casarse con el hombre que su papá eligió para ella.

—Eso no es extraño.

—Tal vez no —concedió Emily a regañadientes—. Pero estaban tan decididos, tan rígidos que ni siquiera escucharon cuando Marielena les aseguró que no quería casarse con su elegido. Los Gómez le dijeron que si se casaba con David, la desheredarían. Pero como a pesar de todo ella decidió casarse con mi hermano, el astuto Alejandro trató de detenerla para que no se presentara en la boda.

—Quizá sólo quería explicarle su posición.

Emily frunció el ceno.

—¿Del lado de quién estás?

—Tuyo, por supuesto, pero…

—¿Cómo llamarías al hecho de desaparecerla una noche antes de la boda, de llevársela a una casa olvidada en el campo y tratar de intimidarla todo el tiempo?

—Es obvio que no hizo ningún bien.

—¡Por supuesto que no! Ella amaba a David. Le dijo a Alejandro que él nada sabía sobre el amor y él estuvo de acuerdo —Emily movió la cabeza justo de la forma que lo hizo Marielena cuando se lo contó años antes—. ¡Hombre, esa es la verdad!

Se volvió y observó a Tom de nuevo. Lanzaba piedras al río, brincaba sobre un pie y luego el otro.

—¿Y qué sucedió? —preguntó MacPherson.

—Finalmente se dio cuenta de que no podía hacerla cambiar de parecer y de todas formas se presentó a la ceremonia, iracunda, momentos antes que se iniciara.

David era un manojo de nervios, pensaba que ella se había arrepentido, que su familia la había convencido, pero ella dijo que nunca quería verlos de nuevo. David se sintió mal de que ella y su hermano no se reconciliaran, mas yo nunca había visto a alguien tan aliviado como cuando mi cuñada al fin llegó.

En su mente, Emily podía ver el rostro ansioso de su hermano y la sonrisa que apareció en su cara cuando Marielena llegó a la puerta. Sonrió ante el recuerdo.

—Me sentí tan feliz por ambos. Estaban muy enamorados, se notaba en sus rostros. Si Alejandro Gómez se hubiera molestado en verlos, también se habría percatado.

MacPherson vació su vaso de cerveza, lo puso sobre la mesa y con su dedo trazó un círculo sobre la escarcha formada por la condensación.

—¿Y vivieron siempre felices?

—Tuvieron cuatro años, cuatro buenos años —pasó el nudo en su garganta—, y tuvieron a Tom.

La mirada de MacPherson siguió a la suya. Observaban cómo el pequeño se sujetaba de un carril para lanzar piedras y su cabello oscuro ondulaba en la brisa.

—Es un niñito muy especial —declaró él al fin.

—Lo es. Me moriría si tuviera que entregarlo. No permitiré que me lo quiten.

—No —negó quedamente MacPherson—. No creo que lo hicieras.